MI TÍA ELSA

Mi tía Elsa es la cuñada de mi abuela Pita. Pero yo de pequeña creía que era su hermana. Enviudó pronto y a mí se me negó poder conocer a mi tío Tino del que tantas historias he escuchado a mi padre. También se fue pronto mi abuelo Manolo con el que Tino hacía buenas migas. Se ve que alguien con un humor patético nos quiso gastar una broma pesada y nos privaron muy pronto del humor que ambos derrochaban. 

A cambio crecí en una casa dominada por mujeres de bandera. Cada una en su estilo. Las chicas de Oro las llamábamos. Mi abuela, imponente, con tanta presencia y estilo…y esa carcajada que no se me olvida por mucho que hayan pasado ya 4 años desde aquel 21 de febrero. Mi tía Yoya, hermana menor de la primera. Guapa y discutidora. Recuerdo sus preguntas de examen y aquella chaqueta amarilla que cada verano recuperaba. Su cumpleaños siempre se celebraba la noche de los fuegos y, aunque alguno de sus sobrinos le daba disgustos con opiniones políticas más cercanas al carmín de sus labios de lo que ella podía entender, siempre se unió a las celebraciones familiares como si de una segunda abuela se tratase. Y por último Elsa. La joven, la reposada, la del acento canario y el pensamiento moderno. Para mí, mi tía abuela hippy. Siempre con una sonrisa en la cara, siempre dispuesta a todo y siempre encantada de venir cada verano desde su isla a Baiona para ver a su familia política crecer. Con los años, cuando descubrí que no era una hermana sino una cuñada, valoré aún más este gesto. Supongo que en el fondo lo pasaba bien y por eso repetía. O a lo mejor era el pulpo y los calamares en el club de yates, vaya usted a saber.

Cada año nos decía lo mucho que habíamos crecido y lo guapísimos que estábamos. La tía Elsa me preguntaba qué tal el curso y qué tal la vida en general. Yo me sentaba a su lado y hablaba. Hablaba mucho. Más bien, no callaba. Pero ella reía con mis historias y yo sentía una conexión especial con esa tía mía de gafas ovaladas, melena rubia y acento exótico.

Supongo que lo que hacía volver cada verano a Elsa a Baiona era el amor por una familia grande y ruidosa que la recibía entre achuchones, comilonas y partidas de Rammy. 

Mis padres siempre hablaron maravillas de Elsa. Tanto que es la única persona del mundo por la que el señor de gafas oscuras es capaz de coger gustosamente un avión e irse a Canarias a devolver a su tía un poco del amor que ella nos demostró durante tantos años. Es una verdadera lástima que Canarias esté tan lejos. Porque aunque no son familia directa, los Méndez canarios, son de esa clase de familia entrañable con la que te sientes como en casa desde el momento en que te dicen un “Hola Queriiiiido!!”

Aunque si lo pienso bien creo que la verdadera razón de que mi tía Elsa volviese a la Barbeira cada agosto, era para rellenar ese frasquito de cristal que cada año me decía que ponía en su baño. Un frasquito que se llevaba lleno de caracoles amarillos, de esos que ya casi no quedan. Cada verano, desde que tengo uso de razón, mi tía Elsa me decía “Carmensita, vamos a coger caracoles amarillos”. Yo, encantada, le daba la mano y nos pasábamos horas buscando en la arena. Recuerdo perfectamente estar cual ballenato varado en la orilla dejándome llevar por las olas casi inexistentes de nuestra playa y cómo con cada embiste las conchitas se revolvían. En cuanto aparecía un destello de algo amarillo, iba directa a por él, me levantaba triunfante y corría playa arriba gritando “Tía Eeeeeelsaaaaa encontré un caracol amarilloooo!!!” y de cada vez, de cada vez! ella exclamaba “Ay! pero qué alegría Carmensita!!!” Y realmente te creías que se alegraba porque mi tía Elsa es de esas personas que contagian paz y felicidad.

Me encanta esta foto. Porque veo a una tía y a un sobrino felices. Pero sobre todo porque veo que a sus 90 años, mi tía Elsa sigue tan genuina y estupenda como siempre.

PD: He cambiado la braguita por el bikini...pero sigo buscando caracoles amarillos en la orilla.

 

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