Y QUÉ TE DIGO YO AL CUMPLIR 70

Hoy hace 70 años que el señor de gafas oscuras aterrizó en este planeta.

El 5º de 7 hijos que con tal de no ver sufrir a su madre le dijo que había sido él quien había perdido las llaves y a la semana aparecieron. No era el culpable pero se sacrificó por el bien común. Esto ha sido una constante en su vida. Siempre prefirió pagar de más, cobrar de menos y evitar el conflicto antes de empezar una batalla. En todos lados menos en su trabajo, claro. Ahí ha siempre ha ido a ganar. Y, aunque nunca pierde las formas, sabe dónde dar para que sus palabras sean efectivas. Lo digo yo, que he sufrido más de una y de dos broncas de este ser implacable. Hace varios viajes a tu cuarto porque se acuerda de cosas y el último, cuando ya estás hecho un trapo, es para decirte que eres lo que más quiere en el mundo. 

Mi padre sabe que de vez en cuando hay que decir y hacer cosas por el bien de los hijos aunque no apetezcan. Hoy se lo agradezco en el alma y pienso si yo repetiré ese modus operandi con mis descendientes preadolescentes. Él lo heredó del abuelo Manolo que llegó a pedirle a un profesor que suspendiera a su hijo para que el señor de gafas oscuras, cuando era aún un niño de todo sobresalientes, se diese cuenta de que no pasaba nada. Y es que no pasa nada casi nunca.

En 70 años hay cosas que cambian. Pasas de ser un niño teatreiro que mentía a las vecinas sobre la salud de la bisabuela, a un hombre que gruñe desde el sofá, del postureo de las barras con patillas, Dupond y gafas oscuras, al babeo absoluto con los nietos, o, más bien, con la nieta, de sacarse los jerseys con sumo cuidado para no estirar las gomas, a declararle la guerra a la corbata e ir con pantalones cómodos y tenis de moderno, de tener incipientes canas a un pelo plateado, de estudiar en Santiago Derecho "porque había menos cola para matricularse" y pedir dinero al abuelo porque “otra vez he perdido el Código Penal”, a 40 años como profesional de la abogacía, de hacer reír a “La Garci” con sus barbaridades a no parar de meterse con ella…por suerte ella se sigue riendo igual. Menos mal que hay cosas que no cambian.

Aunque ya me conozco la mayoría de sus anécdotas de memoria, me gusta volver a escucharlas porque sé que le encanta recordar sus batallitas de la mili, el calor sofocante en Monte La Reina, cómo al confundir a un General con un Teniente acabó arrestado el primer día y así siguió práctcamente hasta el último día en que salió cabo porque no había menos rango y las idas a Madrid en el coche de Genaro. También las noches en vela estudiando en Santiago y cómo el Risas, el día que decidió ponerse a estudiar tras una bronca monumental de su padre, se quedó planchado en la mesa a pesar del bidón de café que se había tomado, o los cubalibres con Julio Pedrosa. La entrada en la familia García, ir en barco con su suegro, los veraneos de niño en Baiona y estar a las 2 como una vela sentado en la mesa que estaba coja y había “marea alta” y “marea baja". Las horas que pasaba en las rocas pescando y cómo su padre dirigía aquella casa de 17 con humor aunque la que mandaba ahí era la tía Marita que les decía “burro, burro, burro” cuando no atinaban con el problema de matemáticas. La cara del bisabuelo Celso cuando a Carlos le estalló la granada en la mano, pero, sobre todo, lo que me encanta es ver cómo todavía se le empañan los ojos al recordar a la abuela Pita, a la jefa. Debe ser algo genético porque a mí me pasa exactamente los mismo. 

El jefe es un padrazo. Para mí, el mejor sin duda. Pero no es perfecto. Cuanto más crece él y más crezco yo, más me doy cuenta de que es un ser humano. Con la edad se le acentúan las blandurrieces y se le liman las aristas. Poco demandante y con mínimas necesidades, creo que tendría el récord de supervivencia a base de latas y pescado cocido. Es sí, los bocatas a media tarde, media noche y media madrugada que no falten…y las migas esparcidas por el salón para desesperación de la señora que calceta, tampoco. Ve el mundo desde el sofá y nos convence de que es mucho mejor viajar viendo Españoles por el mundo porque no te cansas.

Ha llegado a ese momento en la vida en que se permite decirse que no pasa nada si ya no es el abogado cuarentón que podía con todo o el deportista que levantó estadios en los Jesuitas, no pasa nada si no tiene una casa con jardín y un yate…porque el jefe está contento con lo que ha hecho y conseguido. Nos lo dice siempre. Está feliz con su vida en la que disfruta con vernos a todos juntos y sufre bastante cuando discutimos como si nos fuese la vida por tonterías. Parece mentira que no nos conozca. Pero él lo ve todo con la perspectiva del tiempo. Desde la visión "abuelística" del mundo. Desde el “no merece la pena”. Me hace gracia verle así ahora cuando hace unos años era imposible.

El señor de gafas oscuras con los años habla menos y calla más. Es un tipo difícil de regalar. No quiere nada porque no necesita nada. O tal vez sólo necesita una cosa: que estemos bien. Y que la Garci siga riendo a su lado. Porque sin ella les puedo asegurar que no es absolutamente nadie.

Conmigo se babó como lo hace ahora con Martina y creo hará con Lola. Porque si algo es mi padre, es de mujeres. Es de mi madre y es de sus hermanas. Hace muchos años que le escucho decir que los hombres son un coñazo. Aunque la mayoría del “Senado” en el que pasa las mañanas sean varones y se divierta siendo el más rojo o el más facha según vaya la discusión hasta el punto de que le piden bajar la voz que en esa calle “les conocen”. Al jefe le importa ya todo un pito. La vida le ha dado ya suficientes lecciones y él ha llegado al punto de no querer dárselas a nadie. Ni si quiera a sus hijos a los nos deja volar solos desde hace tiempo. El señor de gafas oscuras marca sus propias reglas. Se caga en todos y cada uno de los jugadores de su equipo y en todos y cada uno de los políticos que salen por la televisión. Se ríe de mí cuando le digo que no tiene derecho a hacerlo pues no vota desde Adolfo Suárez y alza al Olimpo de los Diones a personajes como Gladiator, Jackie Chan o Steven Seagal.

Me manda audios cuyo contenido sólo es “Quéeee vives como diooooos!!”, “Hay macarrones pero se los ha llevado todos Santi” o “Tienes padre cojoneeeees!” y se ríe como pulgoso.  Enfermo fatal. Fan número uno de Otis Redding (Dios cantando). Autor de los insultos más decadentes como “Pirata de la peor especie” y frases que una generación entera de Brandones recordará: “A forrar los librooooos” (en agosto). Suyo es el “Piraña” cuando le pedí a los 5 años que dejase de llamarme "Princesita" y por el que me sigue pidiendo royalties. Pocas cosas le gustan más que una reunión con su familia y una buena discusión como las que se organizan tradicionalmente el 1 de enero y llega un punto en el que salta con “oye ya está bien, hay que hablar de sexo”. Hasta que se oye “Garci, cuando quieras” y eso quiere decir que ya se quiere ir.

Mi padre ha sido, y sigue siendo, un tipo justo, honesto, sincero y leal. Quiere de una forma especial que hace que todos los que le rodean le quieran también de manera diferente a como se quiere a un tío, a un hermano o a un cuñado. Supongo que la claves es que siempre ha estado ahí cuando se le necesitaba. El señor de gafas oscuras no agacha la cabeza ni se esconde. Da un paso al frente y responde. Y esto ha sido así siempre. Desde que su madre preguntara qué había pasado con las llaves y él dijese que las había perdido aunque no era cierto. 

Qué quieren que les diga, no le puedo querer más.

Feliz cumpleaños Jefe, eres un tipo genial. Qué suerte tenerte como padre.

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ME GUSTAS MÁS QUE EL RESTO

No siempre estoy de acuerdo con Mauro. Lo bueno es que (por ahora) nos encontramos en la misma posición en lo esencial. Aunque él tenga una forma de hacer y de sentir las cosas muy diferente a la mía. Aunque él sea capaz de dejar pasar y discutir de forma más moderada. Yo soy una exaltada, lo reconozco. Hay argumentos en los que parece que me va la vida. Sufro y me desgarro las cuerdas vocales. Y todo sin sentido pues hay ciertos temas en los que es imposible hacer cambiar de opinión a alguien que tiene la suya tan interiorizada.

Decía que no siempre estoy de acuerdo con Mauro. Pero me encanta oírlo hablar sobre feminismo. Me gusta que lo más macho que haga o diga sean cosas del estilo “Carmen quería casarse y claro…” y ponga los ojos en blanco. Sabiendo que no es cierto. Que todo lo que hacemos es consensuado. Me encanta que haya sido educado por una mamá gallina que lo habrá “amamonado” pero siempre ha siempre ha podido ver en ella un ejemplo y a una mujer con voz propia. Me encanta cómo venera a su hermana/segunda madre.

Me gusta que Mauro sea de esos hombres capaces de decirle a otro “yo no lo veo así”, “esto pasa, no están exagerando” y no se limite a callar o a reír por lo bajini alguna barbaridad. Seguramente lo haya hecho en algún momento de su vida pero hoy, a sus 38 años, con una hija en camino y una revolución femenina en marcha, sabe que hay muchas cosas que están mal y punto. Desde el reparto en el cuidado de los hijos y las tareas del hogar, hasta el techo de cristal, una sentencia condenatoria que se queda corta o el derecho con el que se creen algunos a actuar o hacer comentarios con un fin meramente “adulador”. Y lo mejor es que, bien sea porque es un necio o porque realmente está contento con su vida y no tiene nada que ocultar, no tiene miedo a decirlo. Mauro comenta estas cosas a sus amigos o conocidos a sabiendas que no va a conseguir convencerlos pero siendo consciente de que el efecto que provocan sus palabras de “tío a tío” es mucho mayor a si lo digo yo, “la feminista de turno”. Esto convierte a mi marido, que no es que sea digamos el súmmum de la masculinidad tradicionalmente entendida, en más hombre que muchos machos alfa.

Lo complicado es que hasta un tipo como el que describo y al que considero muy empático  me confiesa que hay cosas que no van a entender nunca. No van a entender lo que es ser educada como mujer. Aunque sea como en mi caso, como mujer independiente, que sabe que puede llegar donde quiera, luchar por sus ideales y no aceptar jamás un trato discriminatorio…y sin embargo era conmigo y no con mis hermanos con quien mi madre se despertaba alterada por la noche cuando aún no había llegado. Yo siempre llegué. Pero otras no lo hicieron. Muchísimas.

Pero tampoco yo puedo llegar a entender a aquellos que se sienten ofendidos por una sentencia (no entro a juzgar ya si es adecuada o no, eso no me corresponde a mí) y creen que la justicia les ha fallado a ellos personalmente al dejarse llevar por el clamor popular de unas cuantas feminazis que quieren ver a todos los hombres arder en el infierno por el simple hecho de tener pene.

Yo no quiero eso. Quiero una sociedad más justa. Quiero que los roles sociales se equiparen. Quiero que los trabajos sean más justos. “Pero no prefieres ganarte el puesto por tus méritos que por una cuota?” Por supuesto! Pero vivo en una sociedad donde mis méritos no llegan. Debemos hacer el doble para demostrar lo mismo. Y, sobre todo, debemos renunciar. Pregunten cuántas mujeres han tenido que planificar o posponer sus embarazos. Y ¿cuántos hombres? ¿Cuántos permisos para ir al pediatra piden sus amigos en sus trabajos? ¿Cuántas veces es ella quien se queda esperando a que venga el fontanero? ¿Cuántas veces estando ambos al cuidado del mismo ser, va ella el doble de veces a cambiarlo al baño? (En todo esto, por supuesto, hay excepciones)

Seguramente no vamos a poder cambiar a la generación que está viviendo el presente…pero tal vez, si los que vemos necesario el cambio somos muy pesados, si condenamos categóricamente acciones y omisiones que antes se daban por hecho, tal vez si lo hacemos todos, mujeres y, sobre todo, hombres, tal vez entonces tengamos la oportunidad de dejar un mundo mejor para los que vienen.

Lo bueno es que me levanto cada día con un tipo que, aunque no ve un pimiento hasta que no se pone las gafas, comparte mi misma visión sobre esto. Y esto es una suerte.

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