ME GUSTAS MÁS QUE EL RESTO

No siempre estoy de acuerdo con Mauro. Lo bueno es que (por ahora) nos encontramos en la misma posición en lo esencial. Aunque él tenga una forma de hacer y de sentir las cosas muy diferente a la mía. Aunque él sea capaz de dejar pasar y discutir de forma más moderada. Yo soy una exaltada, lo reconozco. Hay argumentos en los que parece que me va la vida. Sufro y me desgarro las cuerdas vocales. Y todo sin sentido pues hay ciertos temas en los que es imposible hacer cambiar de opinión a alguien que tiene la suya tan interiorizada.

Decía que no siempre estoy de acuerdo con Mauro. Pero me encanta oírlo hablar sobre feminismo. Me gusta que lo más macho que haga o diga sean cosas del estilo “Carmen quería casarse y claro…” y ponga los ojos en blanco. Sabiendo que no es cierto. Que todo lo que hacemos es consensuado. Me encanta que haya sido educado por una mamá gallina que lo habrá “amamonado” pero siempre ha siempre ha podido ver en ella un ejemplo y a una mujer con voz propia. Me encanta cómo venera a su hermana/segunda madre.

Me gusta que Mauro sea de esos hombres capaces de decirle a otro “yo no lo veo así”, “esto pasa, no están exagerando” y no se limite a callar o a reír por lo bajini alguna barbaridad. Seguramente lo haya hecho en algún momento de su vida pero hoy, a sus 38 años, con una hija en camino y una revolución femenina en marcha, sabe que hay muchas cosas que están mal y punto. Desde el reparto en el cuidado de los hijos y las tareas del hogar, hasta el techo de cristal, una sentencia condenatoria que se queda corta o el derecho con el que se creen algunos a actuar o hacer comentarios con un fin meramente “adulador”. Y lo mejor es que, bien sea porque es un necio o porque realmente está contento con su vida y no tiene nada que ocultar, no tiene miedo a decirlo. Mauro comenta estas cosas a sus amigos o conocidos a sabiendas que no va a conseguir convencerlos pero siendo consciente de que el efecto que provocan sus palabras de “tío a tío” es mucho mayor a si lo digo yo, “la feminista de turno”. Esto convierte a mi marido, que no es que sea digamos el súmmum de la masculinidad tradicionalmente entendida, en más hombre que muchos machos alfa.

Lo complicado es que hasta un tipo como el que describo y al que considero muy empático  me confiesa que hay cosas que no van a entender nunca. No van a entender lo que es ser educada como mujer. Aunque sea como en mi caso, como mujer independiente, que sabe que puede llegar donde quiera, luchar por sus ideales y no aceptar jamás un trato discriminatorio…y sin embargo era conmigo y no con mis hermanos con quien mi madre se despertaba alterada por la noche cuando aún no había llegado. Yo siempre llegué. Pero otras no lo hicieron. Muchísimas.

Pero tampoco yo puedo llegar a entender a aquellos que se sienten ofendidos por una sentencia (no entro a juzgar ya si es adecuada o no, eso no me corresponde a mí) y creen que la justicia les ha fallado a ellos personalmente al dejarse llevar por el clamor popular de unas cuantas feminazis que quieren ver a todos los hombres arder en el infierno por el simple hecho de tener pene.

Yo no quiero eso. Quiero una sociedad más justa. Quiero que los roles sociales se equiparen. Quiero que los trabajos sean más justos. “Pero no prefieres ganarte el puesto por tus méritos que por una cuota?” Por supuesto! Pero vivo en una sociedad donde mis méritos no llegan. Debemos hacer el doble para demostrar lo mismo. Y, sobre todo, debemos renunciar. Pregunten cuántas mujeres han tenido que planificar o posponer sus embarazos. Y ¿cuántos hombres? ¿Cuántos permisos para ir al pediatra piden sus amigos en sus trabajos? ¿Cuántas veces es ella quien se queda esperando a que venga el fontanero? ¿Cuántas veces estando ambos al cuidado del mismo ser, va ella el doble de veces a cambiarlo al baño? (En todo esto, por supuesto, hay excepciones)

Seguramente no vamos a poder cambiar a la generación que está viviendo el presente…pero tal vez, si los que vemos necesario el cambio somos muy pesados, si condenamos categóricamente acciones y omisiones que antes se daban por hecho, tal vez si lo hacemos todos, mujeres y, sobre todo, hombres, tal vez entonces tengamos la oportunidad de dejar un mundo mejor para los que vienen.

Lo bueno es que me levanto cada día con un tipo que, aunque no ve un pimiento hasta que no se pone las gafas, comparte mi misma visión sobre esto. Y esto es una suerte.

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