El fútbol tiene muchas cosas malas. Por su culpa se producen atascos, la gente pierde los papeles, se emborracha, lanza cosas al campo, se organizan batallas campales en las gradas y fuera de ellas, se dan malos ejemplos a los niños, los amigos se pelean y los que no lo son también, ha habido víctimas en los estadios por falta de seguridad y también por falta de sentido común, se pagan cifras millonarias a personas por hacer algo que, quien más quien menos, todos hemos hecho alguna vez en el patio del colegio (claro que ellos muy bien o bien a secas), la gente se pone de mal humor y discute (esto ya lo puse pero es que se discute mucho sobre fútbol en la piel de toro)
Por otro lado, y a pesar de las muchas razones que existen para detestarlo, hay otras que a pesar de no ser tan numerosas son, para muchos, inigualables. Basta con ver la cara y las reacciones de los aficionados cuando su equipo marca gol, cuando gana un partido importante, o incluso cuando pierde y una cámara indiscreta lo capta en las lágrimas de un chaval desconsolado. Porque queramos o no, el fútbol desata pasiones y despierta sentimientos.
Y a mí hay pocas cosas que me emocionen tanto como escuchar a mucha gente cantando al unísono y más si le ponen tanta pasión y sentimiento de equipo como sólo sabe hacer la afición de Liverpool diciéndoles que nunca caminarán solos.
Aunque yo de equipo no me quejo.